La parentificación es un término que fue acuñado por el psiquiatra Böszörményi-Nagy, uno de los fundadores de la terapia familiar, y ocurre cuando los padres recurren a sus hijos en busca de apoyo emocional o práctico, en lugar de brindárselo. El resultado es que esos niños se ven obligados a asumir responsabilidades y comportamientos de adultos antes de estar realmente preparado para ello. Por ejemplo, encargarte de tus hermanos pequeños extralimitando lo que se consideraría normal. Esta inversión de roles altera el proceso natural del desarrollo infantil.
Aunque no es un término demasiado conocido fuera del ámbito psicológico, la parentificación puede ser emocional (la más grave) o instrumental, que se produce cuando un niño asume tareas prácticas propias del rol parental. No hablamos de ayudar en casa de vez en cuando, sino de asumir una carga sostenida y desproporcionada, por ejemplo en relación con el cuidado de hermanos menores. Cuando ese rol se instala, se vuelve parte de la identidad del niño y tiene consecuencias que se perciben en sus comportamientos cuando crece.
En tus relaciones siempre tienes un rol de cuidador
Haberte encargado de tus hermanos puede implicar que cuando crezcas, sigas ocupando el rol de cuidador o “solucionador” en todas tus relaciones adultas, incluso cuando no hay expectativas explícitas de que lo hagas. Es decir, no solo cuidas y arreglas cuando te lo piden, lo haces hasta cuando no te lo piden. Siempre estás ahí. Esto se explica porque durante la parentificación, se crea un entorno donde el cuidado del niño mantiene el equilibrio familiar, y se repite cuando creces. Tu identidad está tan ligada al cuidado de otras personas que continúas haciéndolo incluso cuando puede afectar negativamente tu propio bienestar.
Te cuesta reconocerte fuera del rol de “útil”
Como decíamos antes, tu identidad parece ligada a ese cuidado y fuera de él, puede que no sepas quién eres. Debido a que te dieron demasiadas responsabilidades para las que no estabas preparado, no tuviste el tiempo ni el espacio para descubrir quién eras fuera de tu dinámica familiar. El psicólogo Nick Wignall explicó que la autoconciencia se desarrolla con la práctica y tú no tuviste tiempo de hacerlo y llegaste a la edad adulta sin un sentido de identidad bien definido. De hecho, puede que caigas en la trampa de la aprobación y te vuelvas complaciente solo para asegurarte de que el resto esté bien y sea feliz, descuidando incluso tu propia felicidad.
Tienes dificultades en las relaciones
Como explican en MundoPsicólogos, “la parentalización puede conducir a que los niños/as experimenten un apego inseguro, lo que implica que acabe desarrollando problemas para confiar en los demás”. Es más, se ha comprobado que la parentificación puede afectar al desarrollo del apego y suele sentar las bases para crear patrones de apego inseguros en la infancia, lo que afecta a la forma en que nos relacionamos después. Los niños que fueron parentalizados es probable que tengan ahora miedo al abandono y se involucren en relaciones poco saludables y dependientes.
Presentas una desconexión emocional
Muchos adultos que fueron niños parentificados aprenden a ignorar sus propias emociones. Como en la infancia no hubo espacio para sentir, no aprendieron a regular sus propias emociones y pueden desarrollar dificultades para expresar sus emociones cuando son adultos. Además, es probable que te cueste poner límites, algo que según la psicoterapeuta Merle Yoste, está directamente relacionado con nuestras experiencias infantiles.

Tienes una mayor empatía y sobreadaptación
Un niño que ha tenido que cuidar de otros cuando no le correspondía desarrolla una mayor empatía y también una habilidad extrema para adaptarse a lo que el entorno necesita. Lo malo es que esta flexibilidad puede ser una forma de abandono de uno mismo y la empatía excesiva puede provocar un mayor sufrimiento.
Te sientes culpable cuando te priorizas
Tu infancia te enseñó que tu valor estaba en lo que dabas, y que si tú no lo hacías, nadie más lo haría, lo que provoca que ahora, te sientas culpable cuando dices no y cuando te priorizas. Este tipo de culpa puede sabotear decisiones importantes y provocar que te cueste salir, por ejemplo, de una relación desigual y con comportamientos tóxicos.
Sientes un agotamiento crónico y burnout emocional
Sostener desde la infancia un rol de adulto deja huellas físicas y mentales. Muchas personas adultas que fueron cuidadores siendo niños pueden sentir hiperresponsabilidad, insatisfacción constante o una sensación de cansancio extremo. Hay una mayor probabilidad de desarrollar una enfermedad física crónica y un mayor riesgo de sufrir ansiedad, depresión, trastornos por consumo de sustancias y trastornos alimentarios.
Según explicaba el psicólogo Jhon Bowlby, “la calidad de los cuidados que un niño recibe de sus padres en los primeros años es de vital importancia para su futura salud mental”. Darse cuenta de todo esto no es sencillo y no se trata de culpar a nadie, sino de entender lo que pasó y cómo nos afecta. Si no identificamos el origen de ciertos comportamientos, seguiremos repitiendo patrones sin saber por qué. Para conseguir reparar eso que no termina de funcionar, lo mejor es que acudas a un profesional de la salud mental que te ayude, porque tú también tienes derecho a ser cuidado.
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